Imaginación material - Andrea Soto Calderón

Me ha flipado algo que he leído en "Imaginación material", de Andrea Soto Calderón: en un apartado está hablando de Walter Benjamin y su concepto de inervación, que aún no entiendo del todo bien. La autora persigue la pregunta de cómo abrir posibilidades nuevas, mundos mejores, a través de la imagen. Plantea un mundo, el nuestro, en el que hay unos medios (no de comunicación, sino más generales: medio como aquello invisible que es atravesado por las ≈imágenes), que conforman nuestra mirada disponiendo los circuitos, tanto del medio como de nuestros cuerpos, para que un tipo de imagen pueda circular y ser percibida, recibida, integrada. En este contexto, y mencionando la importancia que Benjamin le da al juego (aquello que no quiere saber nada del saber, que emerge de las hendiduras de la imagen), habla del niño que, aprendiendo a agarrar objetos, efectúa el mismo gesto con la pelota que, en vano, con la luna. Esta utopía en el gesto de agarrar la luna, le enseña a agarrar. En esta idea se esconde una fuerza inconmensurable, la de la dirección utópica como condición de posibilidad, además de la del juego como motor de la utopía y del gesto posibilitante.


Introducción:

I. Economía de las imágenes

NOTA: aunque hablemos de imágenes, para mí la idea de imagen remite a la sensorialidad en general. Pienso en la imagen como cualquier información sensorial que constituye el espacio circundante.

La gestión de lo visible:

El deseo de ver y mostrar es inseparable del deseo de conocer y crear. Por tanto, todo control de imágenes es un control del deseo (Disposición y predisposición), y en esta relación radica la capacidad de un sujeto para generar imágenes. Las imágenes nos constituyen: disponen nuestra sensibilidad y forman nuestra subjetividad. Así que la pregunta es: ¿puede entonces abrirse una grieta desde la que poder generar imágenes por "fuera" de nuestro deseo e imaginario? Dicho de otro modo, ¿podemos emancipar la mirada desde sí misma?
Es muy interesante pensar en el origen bizantino del imaginario contemporáneo: la progresiva vinculación entre los signos materiales a la presentación de Cristo como imagen de Dios. Ya no hay una sola encarnación de Dios, sino todo un régimen visual dispuesto para el comercio entre lo visible y lo invisible; en este caso, una economía de la salvación. Podemos apreciar aquí una relación con el consumo de productos impulsado por sus promesas, encarnando cada uno en su publicidad su particular economía de la salvación o purificación. En la economía hay ahora una gestión de lo visible por un principio trascendente que antes era invisible y que, de hecho, el culto religioso tenía que ver con esa invisibilidad. Heredera de esta encarnación los signos, la economía como gestión de visibilidades se convierte en el régimen universal de redención.

Inervaciones de la mirada

Es relevante preguntarse cómo se producen las miradas y sus intercambios en un contexto imagético, es decir, pensar el reverso en el que se tejen las imágenes. En la configuración de lo visible deben existir unas vías por las que las imágenes circulen y produzcan unos puntos de vista.
Es interesante plantearse la idea una economía de la imagen (iconomía) pensada, no solo desde el intercambio, sino desde la deuda. Si lo he entendido bien, al estar las imágenes en constante circulación cada una nos lleva siempre a otra imagen, estamos siempre en un túnel de imágenes. El aura de las imágenes, anterior a su reproducción, guiaba nuestro mirar hacia la contemplación, mientras que la imagen como deuda lo dirige hacia la búsqueda de una completitud, un intento por tener, al fin, la imposible imagen del mundo al completo. La deuda del trayecto del ojo sería entonces la adicción.
Pero las imágenes no aparecen ante una mirada que las espera, sino que la mirada antes debe ser producida. No se forma solo en el encuentro entre el ojo y la imagen porque ambos elementos se configuran recíprocamente: la imagen que es vista –o visible– depende del ojo que la mira, o sea que no es estática, ni unívoca, ni significante; los circuitos de la mirada, a su vez, se conforman con las imágenes que circulan por ellos, es decir, las imágenes que entran con más o menos fuerza en un marco de atención que es maleable y dinámico.
Las circulación de imágenes supone entonces la existencia de un medio, unos túneles imperceptibles en cuyas aperturas ondea la imagen. Estas aperturas en el medio, ondulantes y dúctiles, son lo que Walter Benjamin llama inervaciones. La inervación activa una sensibilidad concreta a la vez que dispone una forma específica de recepción. Se me ocurre, por ejemplo, la sensibilidad que activa la violencia presentada en los documentales mainstream: bajo una configuración imagética específica, activa una sensibilidad de la salvaguardia que nos distancia de la violencia en escena. En su forma de presentar la imagen, en los circuitos a los que interpela, nos dispone en una forma de recepción pasiva. Esto lo digo desde mí y desde aquello que he podido ver en otros de cerca, pero por supuesto los circuitos operan mucho más allá de una pantalla –literalmente son la distribución de todo espacio– y son mucho más complejos que la mera bidireccionalidad ojo-imagen plana.
El concepto de inervación puede llegar a ser muy complejo porque es, como la imagen, extremadamente fecundo. A mí me ayuda imaginarme el espacio y el medio como cuerpos vivos. Sus órganos y nervios nos circundan y atraviesan. Una inervación es, en resumidas cuentas, el contacto entre el medio y la mirada, lo que daría lugar a una imagen. Pero creo que merece la pena pensar el concepto en su complejidad, ya que aquí no está solo en juego la idea del contacto mirada-medio, sino que se trata de cómo es ese contacto y cuáles son sus condiciones de posibilidad. Para que haya un contacto, sea cual sea la imagen, hace falta una atención, o una llamada de atención; y para emancipar nuestra atención de la imagen hegemónica y buscar otra, hace falta entender de qué está hecha.
Algo que dice también Benjamin me parece clave: no hay representación sin inervación. Es decir, si queremos representar algo primero tenemos que buscar un "modo de aparición". Lo que no está en el imaginario hegemónico tiene menos densidad y menos modos de aparición. Porque no olvidemos que la configuración del espacio esta dispuesta de una forma específica para producir y reproducir un régimen visual concreto, unas representaciones.
Hay, por tanto, un "espacio de imágenes", esto es, el conjunto de imágenes existentes y posibles –es decir, visibles, en el sentido de que nuestra atención está dispuesta para poder verlas cuando "estén"– que delimitan nuestra capacidad de generar imágenes y movernos por ese mismo espacio. La delimitación de nuestros movimientos, de nuestro cuerpo, es también delimitación de la imaginación. La mayoría no caminará por el césped si hay caminos de tierra circundantes, o si hay una de esas vallas que no impiden entrar en el césped subiendo un poco la rodilla. Esa mayoría no imaginará un espacio sin caminos, un jardín gigante sin frontera, etc. Dada esta relación entre el los movimientos posibles y la imaginación, "una manera de actuar constituye ella misma la imagen", se abre el espacio de imágenes que se busca y, para poder buscarlo primero hay que imaginarlo.
Quizás convenga mencionar el concepto de transducción, que es útil definir el funcionamiento de los espacios de imágenes en los que nos vemos atrapados. La transducción es la operación en todos los planos (biológico, físico, social, etc.) por la cual una actividad se propaga en el interior de un dominio de manera que cada estructura constituida es el principio constitutivo de la siguiente. Es decir, que las estructuras también son estructurantes, crean estructuras con sus lógicas. Aplicado a las imágenes: estructuran nuestros modos de ver –nuestras estructuras imagéticas– y por tanto nuestra imaginación y creación de imágenes. Toda producción es siempre una reproducción y, por tanto, una transducción.
Todo este lío sucede de forma más orgánica de lo que parece al desmenuzarlo, pero no es que nuestro libre albedrío esté condenado, porque "todo medio tiene un margen de indeterminación"; es ahí donde tenemos que movernos conscientemente, en lo que la autora llama el lapsus –es decir, el espacio entre imágenes, los pequeños desvíos que no encajan en ninguna imagen conocida–. Así que sí, tener un lapsus es un momento de salirse de la lógica a la que estamos acostumbrados, y es potencialmente una puerta a nuevos imaginarios.
Un ejemplo sencillo e interesantísimo, que Andrea Soto usa, es el de un niño que está aprendiendo a agarrar objetos y hace el mismo gesto de agarre con una pelota que, en vano, con la luna. Esta utopía en el gesto de agarrar la luna, curiosamente, le enseña a agarrar. En esta idea se esconde una fuerza inconmensurable, la de la dirección hacia lo utópico –hacia una imposibilidad– como condición de posibilidad, además señalar el juego como motor de la utopía y del gesto posibilitante. El juego es un generador de lapsus porque se encuentra entre el saber y el no-saber. Así, para expandir la imaginación, antes debemos habitar el lapsus y, para habitar este, primero tenemos que jugar. Esta es precisamente la premisa de la autora: otra imaginación puede tener lugar gracias a prácticas concretas que vayan abriendo camino.

Miseria simbólica

El concepto de miseria simbólica hace referencia a la pérdida de participación popular en la generación de símbolos intelectuales y sensibles. Los símbolos se producen desde arriba y desde abajo solo se reproducen. Esta miseria encaja perfectamente con la circulación inmensa de imágenes por las vías del consumismo. La inmediatez del paso de una imagen a otra sacia –apacigua– nuestro deseo, que ve una gratificación instantánea mucho antes de poder pararse a pensar. Es en la realización de esa parada donde debemos poner nuestro esfuerzo. Dejar que el deseo se despliegue, para lo cual no podemos apaciguarlo, solo escucharlo, guiarlo y guiarnos con él. De esta manera, podremos dejar espacio a la imagen para que aparezca su diferencia. Dicho de otro modo, según lo entiendo: el aburrimiento, o cualquier otra actividad relacionada con la no-productividad, deja lugar a la diferencia. Creo que todos nos hemos encontrado con algún tipo de revelación en los momentos más "inútiles". El deseo, estrechamente relacionado con la imaginación, necesita un espacio para crecer, como todo cuerpo de criatura.
En resumidas cuentas, es importante poner atención en la búsqueda de esos huecos: lo inútil, lo ilógico, lo que no encaja, lo que no puede ser formulado, lo que no cabe en los lenguajes, etc. Todo eso vive en algún lugar real pero no circula por las vías de la lógica dominante. Señalar estos huecos es una operación doble: interrumpe un sentido común a la par que lanza una pregunta sobre cómo se forma lo común.
La autora pone un maravilloso ejemplo sensible que aterriza todas estas abstracciones: equipara el tropiezo y el tartamudeo como lapsus cotidianos que abren pequeñas fisuras en el continuo de la lógica. Un tropiezo o tartamudeo es el señalamiento del punto sensible de una interrupción. Dice que, en el caso de los proletarios, su punto sensible de la interrupción era la noche. La noche es el momento en que se interrumpe un proceso –el trabajo, con su violencia y su no parar– y las condiciones que lo hacen funcionar –el sistema que lo perpetúa–. Es en esa interrupción donde podemos generar resistencias y cambios, pues la imaginación brota de toparse con un límite. Es en el contacto con el límite donde surge la pregunta por el mismo y en consecuencia la imaginación es capaz de traspasarlo; en la propia pregunta por el límite se está traspasando, pues se está vislumbrando la posibilidad de algo más allá. Reivindicar la duda quizás sea otra buena forma de interrupción. Una duda fundada y audaz que no pierda de vista la mediación entre imagen, iconomía y economía.

Las imágenes circunscriben las zonas de atención en un tiempo político.

Deshabituar la mirada


Conceptos


Notas al pie


  1. Me recuerda a mi idea de que todo ser contiene la forma de su origen. Esto lo pensaba como algo material/visual en su momento, como la idea de que todo tiende a la esfera, pero ahora me viene a la mente lo importante que es aplicar esto al discurso: todo enunciado contiene la estructura de Verdad de su lugar (físico, conceptual, vivencial, lingüístico, de sesgo...) de enunciación. ↩︎

  2. A mí me resulta particularmente interesante pararme en el uso cotidiano del término, en el clásico tropiezo que se sigue de "he tenido un lapsus". Qué quiere decir? Ha habido un momento de desconexión entre las ≈imágenes del movimiento que se estaba realizando, una hendidura. Qué ocurre ahí y por qué? Es solo un vacío o hay algún tipo de víscera que aprovechar? ↩︎